31 julio 2012

Teresa de Jesús: Conversión y reforma | Temas de Historia de la Iglesia



De Temas de Historia de la Iglesia , por Alberto Royo



LA REFORMA TERESIANA CUMPLE 450 AÑOS


Tres años después de su ingreso en el monasterio de la Encarnación, que fue el 2 de noviembre de 1535, la joven monja Teresa de Cepeda y Ahumada cayó gravemente enferma: “Diome aquella noche un mal que me duró estar sin ningún sentido cuatro días, poco menos. En esto me dieron el Sacramento de la Unción y cada hora o momento pensaban expiraba y no hacían sino decirme el Credo, como si alguna cosa entendiera. Teníanme a veces por tan muerta, que hasta la cera me hallé después en los ojos”.


Entre tanto vivía en un estado de tibieza, de enfriamiento en la oración, de mucho trato con seglares en los locutorios y poco recogimiento, aunque ella misma confiesa que nunca llegó a cometer pecado grave: “Estando en muchas vanidades, aunque no de manera que, a cuanto entendía, estuviese en pecado mortal en todo este tiempo más perdida que digo”. Así pasó Teresa su vida en la Encarnación por unos 20 años, luchando entre el amor de Dios y los atractivos del mundo: “Pasé este mar tempestuoso casi veinte años, con estas caídas y con levantarme y mal pues tornaba a caer y en vida tan baja de perfección, que ningún caso hacía de pecados veniales, y los mortales, aunque los temía, no como había de ser, pues no me apartaba de los peligros”.


Pero el corazón de Teresa no tenía paz, poco a poco se iba haciendo más fuerte el deseo de mayor perfección y entonces sufría en ver la relajación de la vida monástica en la Encarnación. En este tiempo, la santa, que contaba casi 40 años, interpretó varios acontecimientos como llamadas personales de Dios. En cierta ocasión, cuando estaba atendiendo a una visita en el locutorio, sintió que el Señor la miraba enojado: “Representóseme Cristo delante con mucho rigor, dándome a entender lo que aquello le pesaba… Yo quedé espantada y turbada, y no quería ver más a la persona con la que estaba”. Otra vez le hizo reflexionar la presencia de un sapo de gran tamaño en el locutorio y en algunos sermones le parecía que el Señor la llamaba a grandes voces.


Más definitiva para Teresa fue la experiencia que acaeció cierto día cuando, al entrar en su oratorio y ver allí la imagen de Cristo, se siente dolorida por lo mal que ha pagado tanto amor y, entre lágrimas, le suplica fortaleza para no ofenderle más: “Era de un Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía y arrójeme cabe El con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle”. Este suceso le afectaría hondamente y le llevaría a tomar un nuevo rumbo, encaminándose hacia la santidad. A partir de entonces comienza no sólo a ver sino a escuchar al Señor, que le dirá: “Ya no quiero que tengas conversación con hombres, sino con ángeles”.


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