21 abril 2013

El Credo se hizo luz | Alfa y Omega

Alfa y Omega > Nº 820 / 14-I-2013 > Desde la fe

El Credo en imágenes: un recorrido por el Museo del Prado
El Credo se hizo luz
Con motivo del Año de fe y de Misión Madrid, la Delegación de Cultura del Arzobispado de Madrid ha organizado un recorrido por el Museo del Prado, visitando una serie de obras que ilustran los contenidos del Credo. La iniciativa está acompañada de una Guía (ya se puede adquirir en la misma Delegación), elaborada por expertos de las Universidades CEU San Pablo y Complutense, que recoge la sólida relación que existe entre fe y cultura desde, los orígenes del cristianismo
Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra
Pinturas de la ermita de Santa Cruz de Maderuelo

Pantocrátor, de la ermita
de Santa Cruz de Maderuelo (Segovia)
Dios Padre Todopoderoso, representado en la bóveda de la ermita comoPantocrátor, sostiene el Libro de la Vida, señalando que Él es el principio y fin de todo lo que existe. Su poder creador se manifiesta en toda la ermita, imagen de la Jerusalén celeste. De su gloria y de la vida que Él irradia, participan los serafines, los arcángeles, los evangelios, la Virgen, los apóstoles, el sacerdote y los fieles que participan en el Eucaristía. Dios Padre es el Señor de la Historia, desde la creación del hombre en el Paraíso, hasta la plenitud de todo lo creado, que tiene lugar al final de los tiempos en el sacrificio del Cordero: Cristo en la Cruz.
El artista románico no pinta lo que ve, sino lo que sabe: la presencia de una inteligencia divina y creadora en la realidad. La victoria de Cristo tras el pecado original, el cumplimiento del destino del hombre, creado para la convivencia con su Creador y asemejarse cada vez más a Él, no se realiza de una forma puntual, sino a lo largo de una serie de hitos que comenzaron con el  de María y culminarán con la venida gloriosa de Cristo al final de los tiempos. A cada instante, estamos siendo creador por Él. La Eucaristía es la anamnesisde toda la Historia: es la recapitulación de todas las cosas en Cristo.
Creo en Jesucristo, su Único Hijo, nuestro Señor
Cristo bendiciendo, de Fernando Gallego

Cristo bendiciendo (Fernando Gallego)
Cristo se presenta como Rey, entronizado y revestido con un manto púrpura, y como Señor del universo, portando la bola del mundo. Aparece descalzo, como señal de su divinidad. Es Cosmocrátor, el Señor del cosmos y de la Historia; en Él, la historia de la Humanidad encuentra su cumplimiento.
A ambos lados del trono, el Tetramorfos: el hombre, el águila, el león y el toro, que simbolizan a los cuatro evangelistas. Desde el siglo XII, se considera que simbolizan también las virtudes de los elegidos: cada cristiano debe serhombre, porque sólo el que se adentra en el camino de la razón merece ser llamado hombre; debe ser un toro, el animal que se inmola en los sacrificios, porque el verdadero cristiano, renunciando a los placeres de este mundo, se inmola a sí mismo; debe ser un león, el animal valiente por excelencia, porque el justo no teme a nada en este mundo; y debe ser un águila, porque el águila vuela en las alturas, y el cristiano debe mirar de frente las cosas eternas.
A la derecha de Cristo, la alegoría de la Iglesia triunfante, que porta la Cruz como estandarte y un cáliz, en referencia eucarística; y, a la izquierda, la sinagoga vencida, a punto de caer por el peso de las tablas de Moisés. El mensaje es claro: la nueva ley triunfa sobre la antigua.
Que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo
Retablo de la Anunciación, de Fra Angelico

Retablo de la Anunciación (Fra Angelico)
Fra Angelico envuelve a sus figuras en un ambiente lleno de paz y belleza: es el momento en que el Verbo se hace carne. Deja una discreta distancia entre la Virgen y Gabriel, que parece indicar una pausa entre la invitación de Dios y la respuesta de la Virgen. El arcángel saluda a María inclinando su cuerpo respetuosamente. Ambos tienen las manos cruzadas sobre el pecho, cuyo sentido preciso es el de aceptación. El libro abierto es una alusión a la profecía de Isaías: La doncella está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel.
Las manos de Dios Padre que envían el Espíritu a María son las mismas que crearon a Adán y que presiden la escena del Paraíso. El paralelismo Eva-María es uno de los más tempranos y ricos de la mariología; entre la caída y la Redención existe también otro paralelismo: entre Adán y Cristo.
El Paraíso no es guardado por un ángel que blandea una espada, sino por un emisario casi dolorido que conduce a Adán y Eva fuera del Paraíso. Dios no maldice a Adán y Eva; la expulsión es una increpación en la que se abre un horizonte a la salvación, una llamada a la conversión.
Nació de Santa María Virgen
Tríptico de la Virgen, de Dieric Bouts

Tríptico de la Virgen -escena del
Nacimiento de Cristo (Dieric Bouts)
Cristo nace de una mujer, toma carne humana, para redimir al hombre. Bouts plantea esta idea con una riquísima iconografía de carácter mariano y cristológico, que funde Antiguo y Nuevo Testamento. El pintor muestra cómo el pecado original hace necesaria la Redención; ésta pasa a través del nacimiento y culmina en la muerte y la Resurrección, trabajada en las pequeñas grisallas de las arquerías superiores de cada escena.
Bouts no pinta a la Virgen recostada, como en la tradición oriental. El pintor se inspira en las Celestiales revelaciones, de santa Brígida: señala que la Virgen dio a luz de rodillas, siendo la primera en adorar a su Hijo.
En un plano intermedio está la figura de san José, con mayor protagonismo del que habitualmente goza en las representaciones medievales. Su consideración iconográfica crece a partir de ahora, hasta alcanzar su culmen tras el Concilio de Trento, cuando será ensalzado como protector de la Sagrada Familia y educador de Cristo.
Padeció bajo el poder de Poncio Pilato

Cristo ante Pilatos en el Pretorio
(Corrado Giaquinto)
Cristo ante Pilatos en el Pretorio, de Corrado Giaquinto
Cristo es conducido ante Pilato para someterlo a un juicio político, por haberse declarado rey. Para llegar al cumplimiento de su vida, Cristo había de pasar por los escarnios previos a la crucifixión. Se presenta maniatado, como signo de indefensión, tocado con la corona de espinas, revestido con un paño púrpura y portando la caña, motivos iconográficos que revelan las burlas a que ha sido sometido; la columna evoca la flagelación previa. Cristo sufre como hombre, si bien el estudio anatómico perfecto y el halo de luz dorada que rodean su figura muestran que no pierde su dignidad, y recuerdan su naturaleza divina.
Pilatos, por un lado, apoya una de sus manos en el hombro de Cristo, reconociendo que no encuentra culpa en Él; a la vez, recibe el aguamanil con el que lavará sus manos, para expresar que se desentiende de la condena.
Fue crucificado
Crucifixión, de Juan de Flandes

Crucifixión (Juan de Flandes)
El rostro sufriente del Crucificado deja atrás los Cristos triunfantes de la iconografía románica, y evidencia una mayor humanización en la pintura. Juan de Flandes recoge en esta obra, en las calaveras representadas, tanto la teología paulina como la tradición de los primeros escritos del cristianismo, al considerar que la Cruz se elevó sobre el enterramiento de Adán, subrayando así el valor redentor de la Cruz sobre el pecado.
El pintor rompe la simetría compositiva dominante en la Edad Media, cuando la Virgen y san Juan se disponían a ambos lados de la Cruz. Ahora, ambos se colocan coincidiendo con el costado abierto de Cristo, para simbolizar también en sus personas la Iglesia naciente.
No hay que olvidar que, en origen, esta obra se realiza para el cuerpo inferior de un retablo y que, cuando en el siglo XV el oficiante celebra de espaldas al fiel, durante la consagración, al elevar la Sagrada Forma, ésta coincidiría con la pintura, recordándonos que en la Eucaristía se renueva el sacrificio de Cristo, y haciendo patente la relación del arte con la liturgia.
Muerto y sepultado
Entierro de Cristo, de Tiziano

Entierro de Cristo (Tiziano)
Felipe II, comprometido con la Contrarreforma, exigió en todas las obras que encargaba que se cumpliese con los requisitos del Concilio de Trento: las imágenes debían enseñar doctrina, dar ejemplo a los fieles y conmoverles para provocar en ellos el sentimiento devocional. En este cuadro, se quería subrayar la humanidad de Cristo y su condición de Redentor al padecer por nuestras faltas.
Es el momento en que el cuerpo inerte de Cristo es depositado en el sepulcro. Su mano llega a rozar la tierra, quizá queriendo subrayar su humanidad. En el sepulcro, hay una serie de relieves que muestran los capítulos bíblicos de Caín y Abel y del sacrificio de Isaac, prefiguraciones de la muerte de Cristo.
Cristo ha muerto y es sepultado para la salvación del hombre. Aquí, pues, no se representa una tragedia, sino el gesto del amor supremo.
Descendió a los infiernos

Bajada de Cristo al Limbo
(Sebastiano del Piombo)
Bajada de Cristo al Limbo, de Sebastiano del Piombo
Cristo desciende a la morada de los muertos, para luego ascender y llevarlos consigo al Paraíso. Desciende como Salvador, proclamando la Buena Nueva a los allí detenidos, donde aguardaban la salvación los hombres justos muertos antes de la venida de Cristo. Éste es el significado del descenso de Cristo: la victoria redentora sobre la muerte y la salvación de la Humanidad afectada por el pecado original. Adán y Eva aparecen suplicantes, manifestando su lamento. Eva, con gesto orante, está detrás de Adán, que eleva su mirada a Cristo.
Del Piombo presenta a Jesús como una explosión de luminosidad en la oscuridad del infierno. Se inclina sobre los justos que le esperan, con el brazo extendido en un gesto de protección. Porta una fina vara en cuyo extremo se muestra la Cruz, a fin de recordar que, para llevar la salvación a los hombres y redimirlos de sus pecados, fue necesaria su muerte en el tormento de la crucifixión.
Al tercer día resucitó de entre los muertos
Noli me tangere, de Antonio Allegri Correggio

Noli me tangere (Antonio Allegri Correggio)
En un contexto histórico donde las mujeres apenas gozaban de consideración social, Cristo escoge a María Magdalena como la primera testigo de su resurrección. Su testimonio fue clave para generar la fe de los apóstoles, al anunciarles que había visto a Cristo resucitado. Correggio, mediante la intensidad dramática de las miradas de los personajes, revela una humanidad nueva, rescatada por la misericordia de Cristo. La teatralidad de los gestos expresa que la misericordia vence al pecado; la resurrección, a la muerte.
Correggio recrea el instante del Noli me tangere concentrando toda la atención en los gestos y las miradas de los dos protagonistas. María Magdalena, conmovida al reconocer a su Maestro, pone de manifiesto que la Resurrección, igual que la Encarnación, no es ajena a la historia humana. Es más, la resurrección de Cristo se convierte en promesa de eternidad para cada hombre.
Subió a los cielos, y está sentado a la derecha de Dios, Padre Todopoderoso
La Gloria, de Tiziano

La Gloria (Tiziano)
Cristo se revela ante los hombres como Señor del mundo y de la Historia, por encima de los poderes temporales, personificados en este caso por el emperador Carlos V. El monarca, revestido con un sencillo sudario, se arrodilla suplicante ante la Trinidad, reconociendo que todo poder le ha sido dado. El rey rezaría ante esta pintura en los últimos días de su vida, en el monasterio de Yuste, donde se retiró a vivir tras su abdicación.
Tiziano recrea cómo Cristo, engendrado por el Padre, vuelve al Padre para ser glorificado. En una grandiosa y compleja composición de registros superpuestos, el pintor multiplica las figuras para introducir a los Patriarcas de la antigua Ley, señalando que la resurrección y glorificación de Cristo cumplen las promesas del Antiguo Testamento. Tiziano completa la imagen con la presencia de la Virgen María, envuelta en una túnica del mismo color que las otras figuras celestiales. Junto a san Juan Bautista, actúa como intercesora entre Dios y los hombres, lo que explica la posición intermedia de María, mirando hacia los fieles a la vez que avanza hacia Dios.
Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos
Tríptico de la Redención, de Vrancke van der Stock

Tríptico de la Redención
-Juicio Final (Vrancke van der Stock)
Cristo, que ha experimentado en la Crucifixión la culpa de todos, conoce la verdad de cada hombre, por lo que dicta sentencia teniendo siempre como criterio el amor. Esta misericordia se refleja en la tabla a través de la vara florida que flanquea a Cristo. Van der Stock interpela al hombre de todos los tiempos, mostrando el temor y la esperanza vividos en el Juicio Final. La imagen revela también que la única que no es juzgada al final de los tiempos es la Virgen, puesto que no conoció el pecado; pero no se queda al margen, y se convierte en intercesora entre el hombre y Dios.
La iconografía de las pequeñas escenas de la arquería superior obedecen a las obras de misericordia, recordando al fiel que contempla la obra que todos los hombres viviremos el Juicio divino, y que en éste se tendrá como criterio el amor. Para el hombre medieval, éstas no eran imágenes amenazantes, sino que recordaban la responsabilidad y el sentido último de la vida. De hecho, en la Edad Media, cuando se explicaba la Historia, se hacía partiendo de la Creación hasta culminar en el Juicio Final.
Creo en el Espíritu Santo

Pentecostés (El Greco)
Pentecostés, de El Greco
Con su personal lenguaje pictórico, el Greco presenta al Espíritu Santo como Señor y dador de Vida, infundiendo a los apóstoles la fuerza necesaria para convertirse en verdaderos testigos de Cristo. Presidiendo el Colegio apostólico, el artista cretense nos presenta a la Virgen como imagen de la Iglesia naciente. Las lenguas de fuego dispuestas sobre las cabezas de las figuras se ajustan de forma veraz a lo indicado en el texto bíblico: «Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos». Dichas lenguas, atributos iconográficos identificativos de Pentecostés, simbolizan la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo, que recae sobre los apóstoles para que expandan la Palabra de Cristo por toda la tierra.
No es casual que a la afirmación del Credo: Creo en el Espíritu Santo, le siga: Creo en la Iglesia católica. A su vez, que Pentecostés sea imagen del nacimiento de la Iglesia refuerza la presencia de la Virgen, en tanto que Madre de la Iglesia e intercesora.
Creo en la Santa Iglesia católica, en la Comunión de los santos
La fuente de la Gracia, de la escuela de Jan Van Eyck

La Fuente de la Gracia, de la escuela de Jan Van Eyck
La Iglesia es la unión de todos los fieles en un solo cuerpo con Cristo. Esta unión nace de asumir a sí a los hombres por el Bautismo, y de que Él mismo se ofrece como alimento en la Eucaristía. La pintura recurre a la imagen de la Fuente de la Vida, de la Gracia, que mana desde el Cordero, y fluye hasta desembocar en una pila octogonal, que recuerda el renacimiento por el Bautismo. La corriente es de aguas cristalinas, y en ellas flotan las Sagradas Formas, alusión al Bautismo y a la Eucaristía. Toda la estructura arquitectónica recuerda, significativamente, a una gran custodia.
A su derecha, la Iglesia, encabezada por el Papa, advierte y señala que el alimento de la Vida es Cristo mismo; de Él pueden alimentarse todos los hombres, conformando un solo cuerpo con Cristo: la Iglesia. Pero también pueden negar la evidencia (grupo a su izquierda), taparse los oídos, volverle la espalda a la Fuente, escandalizarse y rechazarla.
Creo en el perdón de los pecados
Agnus Dei, de Zurbarán

Agnus Dei (Zurbarán)
Jesús es el Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero (Is 53, 7) y cargar con los pecados del mundo (1Jn 2, 2). Por eso, la imagen de Cristo inmolado es la victoria sobre el pecado y el mal. El Agnus Dei fue pintado por Zurbarán en la plenitud de su carrera artística, cuando se manifiesta plenamente su portentosa técnica naturalista y la fuerza expresiva de sus composiciones sencillas y graves. En la obra del pintor extremeño, no existe separación entre los objetos cotidianos y el sentimiento religioso. Su penetrante observación de la realidad otorga a los objetos cotidianos una dignidad que remite a la experiencia mística. En la materialidad de lo pintado, refiere de forma implícita todos los sufrimientos de Cristo, a través de un lenguaje plástico dirigido a la emoción religiosa y a la piedad.
En Cristo inmolado, se cumple la Escritura que anunciaba el rescate que libera a los hombres de la esclavitud del pecado. Este perdón de los pecados alcanzado por la muerte del Señor permanece en la Historia a través de la Iglesia. El pueblo cristiano participa de este perdón y, cuando es ofendido, toma la iniciativa de la reconciliación, porque es consciente de esta gran gracia recibida.
Creo en la resurrección de la carne
Asunción de la Virgen, de Annibale Carraci

Asunción de la Virgen (Annibale Carraci)
En la Asunción, la Virgen goza de la primicia de la resurrección de la carne, que la Humanidad vivirá al final de los tiempos. Esta pintura se adhiere al modo más popular de representar el tema en el siglo XVII: los apóstoles reunidos alrededor de la tumba de la Virgen; algunos, mirando con asombro la tumba abierta, en la que no ven más que lienzos mortuorios; mientras que otros, de improviso, descubren el cuerpo glorioso de María, rodeada de ángeles y elevándose hacia las alturas.
El acontecimiento no es narrado en los evangelios, pero la fiesta de la Dormición ya se celebraba en la Iglesia oriental a fines del siglo V. Existe también toda una tradición oral y varios comentarios de Padres de la Iglesia, así como escritos de teólogos desde la Edad Media, que han servido como base para este tema iconográfico.
La Asunción de María es el comienzo de la resurrección de la carne en una de nuestra raza humana; la Virgen goza de esta primicia, que en el resto de la Humanidad se cumplirá en la resurrección de la carne que recordamos en el Credo.
Creo en la Vida eterna
Visión de San Pedro Nolasco, de Zurbarán

Visión de san Pedro Nolasco (Zurbarán)
El lienzo ilustra el momento en el que la visión de la Jerusalén celeste reconforta a san Pedro Nolasco, en un período lleno de dudas, pues no sabía si debía seguir adelante con la Orden de la Merced, que él mismo había fundado, o retirarse del mundo. La visión de la Jerusalén celeste se abre en el muro de la celda; su luz ilumina al santo y al ángel, creando una atmósfera de paz y sosiego, acorde a la que se vive en el cielo.
La Ciudad Santa es una manera de referirse a la vida eterna, porque es la morada de Dios con los hombres, imagen de este misterio de unión con Dios. Es fuente de paz, de felicidad y de comunión mutua; allí todo es gratis, porque la gratuidad es la esencia del amor divino. Se ve acceder a ella a las almas de quienes han respondido en su vida terrenal al amor y a la piedad de Dios. La Jerusalén celeste, destino de todos los hombres, es el lugar de la familiaridad con el Señor, completa y cumplida.
Amén

La Coronación de la Virgen (Velázquez)
La Coronación de la Virgen, de Velázquez
La proclamación del Credo culmina con el término Amén, que reafirma todos los enunciados recitados. En la Coronación, María, que respondió Amén en todas las circunstancias de su vida, es exaltada como Reina del Cielo, y representada como Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo. Las figuras forman un triángulo invertido en cuya base está alineada la Santísima Trinidad, y cuya cúspide está presidida por la figura de María: a la Trinidad se incorpora ahora la Virgen.
La Coronación hemos de entenderla como un símbolo de obediencia: la Virgen es Reina porque su vida fue decir Amén a Dios todos los días, incluso a la muerte de su Hijo en la Cruz.

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