04 octubre 2012

La fe actúa por el amor, por Amadeo Rodríguez Magro, obispo de Plasencia para el domingo 27 TO B (7-10-2012) | Ecclesia Digital

De Ecclesia Digital , por Redactora



“La fe actúa por el amor” (Gal 5,6). Este es el principio de vida para los cristianos que recoge la más pura lógica de su identidad. Si la fe es un don de amor, “un amor que se recibe”, creer es amar. “La fe y la caridad se necesitan mutuamente”. La una ilumina a la otra, pues en medio de las dos anda siempre Cristo. En efecto, por la fe y la caridad conocemos y amamos a Cristo. Es la fe la que nos ilumina el rostro de Cristo, es la caridad la que nos muestra el rostro de Cristo al que hay que servir en sus necesidades concretas. Se puede decir que un cristiano confiesa su fe por la caridad. Es más, el servicio de la caridad es su credo vivo. El triple “creo” de su Bautismo en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo se plasma al mismo tiempo en su corazón y en el rostro de su hermano necesitado.


En la caridad el cristiano hace su manifestación de fe, se expresa del modo más auténtico, se hace testigo creíble de Cristo porque ve su rostro en los pobres. La caridad verifica la fe que profesamos, celebramos, vivimos y rezamos; es decir, la que conforma nuestra identidad cristiana. En realidad la caridad es el lenguaje de los hombres de fe: hablan con lo que hacen en el amor. Justamente eso está ocurriendo en estos momentos en la Iglesia católica en España. Una multitud, sí, una verdadera multitud de hombres y mujeres, unos con la ayuda anónima y generosa de su mano derecha, otros con su acción como voluntarios, repartidos todos por la geografía española, se las están ingeniando para hacer frente a los problemas más graves que está generando la terrible crisis que nos asola. Con la fuerza que recibe su fe en nuestros templos, en los que se encuentran con el amor de Cristo, se están abriendo otros “templos” en los que también se encuentra a Jesucristo y se le sirve en el amor.


Animando la acción socio-caritativa con escasos recursos, que se multiplican por la generosidad de muchos, están los obispos, los sacerdotes, los consagrados y una multitud, insisto, de seglares que desinteresadamente se ponen al servicio de los más desprotegidos. Lo hacen, sobre todo, en Cáritas, expresión de la caridad en la vida de la Iglesia, y lo hacen en otras asociaciones de fieles que tienen en la caridad su modo de servir en las comunidades cristianas. Es así como hablamos de la crisis en la Iglesia: hacemos nuestro el lenguaje de la acción caritativa. En realidad siempre ha sido así y lo seguirá siendo, porque la responsabilidad en el amor ante nuestro prójimo no es una opción para un cristiano, es una obligación que recibe su fuerza de creer en Jesucristo y amarle.


Hay quien insiste, sin embargo, en que al menos los Obispos utilicemos también la palabra. Seguramente porque la necesitan; aunque también pueda haber otros que pidan la palabra sin haber hecho el esfuerzo de escuchar el lenguaje de los hechos. No obstante, hay que advertir que nuestra palabra ha de ser desde el Evangelio, reflejado en los principios y criterios de la Doctrina Social de la Iglesia. Desde ahí sí que podemos y debemos decir nuestra palabra para este periodo social de crisis. Ir más allá, sería poco respetuoso con la autonomía de la comunidad política.


Por mi parte, apunto algunas de las propuestas que saco de mi reflexión personal y que compruebo que coinciden con las que se están haciendo en los ámbitos cristianos de Europa. Propongo algunos valores concretos que, a mi juicio, no deberían ignorarse: situar en todas las decisiones la dignidad de la persona humana, a la que siempre habría que ver detrás de los problemas que se intentan resolver y también de los que pudieran sobrevenir; actuar con criterios de solidaridad frente a mecanismos sociales, económicos y culturales, que con frecuencia se mueven por el más puro egoísmo; distribuir con equidad los sacrificios que se le están pidiendo a los ciudadanos, pero siempre con la corrección de una especial sensibilidad y preferencia por los más desfavorecidos; optar por la austeridad generosa como modelo de vida por parte de los que pueden ser austeros; defender siempre el bienestar en las necesidades básicas de los ciudadanos; poner en el punto de mira de las actuaciones el trabajo como el medio de realización humana; buscar con honestidad la verdad y la lealtad en los análisis de la situación y en las explicaciones que se dan, en orden a favorecer la estabilidad social; y tener el coraje para aceptar que, entre todos, se puede salir de la crisis, pues todos necesitamos un mensaje de esperanza.


Es evidente que estos valores los tiene que aplicar, en la gestión de la cosa pública, toda la clase política y también los gestores de la vida económica. Por eso, el momento presente está demandando que por parte de todos se le de prioridad al bien común, y eso tendría que traducirse en un mayor consenso por parte de la clase política que abría de traducirse en un mayor consenso entre toda la clase política, arrimando todos el hombro en la solución de los problemas por encima de intereses particulares. También el sistema económico tendrá que orientarse al bien común y no al lucro de las personas, empresas y grupos financieros; y lo mismo deberían hacer los mercados. Para que esto sea posible, es evidente que habrá que aceptar una ética distinta, que esté siempre abierta al desarrollo de las personas y de los pueblos.


Pues bien, dicho está. Seguro que algunos, cuando lean esto dirán que es “buenismo”. Dejará de serlo, si quien tiene que actuar con las soluciones técnicas y políticas concretas aplica estos valores. Es verdad que no son fáciles los caminos de solución, pero le pedimos al Señor que ayude a los políticos a encontrarlos por el bien de todos.


Con mi afecto y bendición.


+ Amadeo Rodríguez Magro


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