De Remedios Falaguera , por Reme
“Estad abiertos a las vocaciones que surjan entre vosotros. Orad para que, como señal de su amor especial, el Señor se digne llamar a uno o más miembros de vuestras familias a servirle. Vivid vuestra fe con una alegría y un fervor que sean capaces de alentar dichas vocaciones. Sed generosos cuando vuestro hijo o vuestra hija, vuestro hermano o vuestra hermana decidan seguir a Cristo por este camino especial. Dejad que su vocación vaya creciendo y fortaleciéndose. Prestad todo vuestro apoyo a una elección hecha con libertad” (Juan Pablo II, Nagasaki, Japón, 25.II.1981).
Los padres deben mirar a sus hijos como lo que son: una obra de Dios. A los padres, con la colaboración libre y desprendida al engendrarlos, confía su educación, su amor, y su cuidado en el amor que hemos recibido de Dios.
Dios, Padre Eterno y Amor infinito, ha sido el primero en amarlos, guiarlos, formarlos y acompañarlos para que saquen lo mejor que llevan dentro. Solo El, sabe lo mejor para ellos. Dios tiene sus planes tiene para cada uno, que no siempre coinciden con los nuestros. No temamos. Aunque humanamente nos cueste, nuestra felicidad y la de nuestros hijos depende de la aceptación y cumplimiento de los planes de Dios. De nosotros depende, en gran medida, que nuestros hijos escuchen la llamada de Dios, que respondan a ella afirmativamente, y que perseveren en su decisión hasta el final. “En adelante, la labor sacerdotal se convertirá para ellos —por expresarlo de algún modo— en su profesión, a la que dedicarán todas las horas de la jornada, con el inmenso gozo de saberse instrumentos del Señor en la aplicación de la redención a las almas. Recemos para que vivan como sacerdotes santos, doctos, alegres y deportistas en el terreno sobrenatural, pues así lo deseaba san Josemaría: sacerdotes-sacerdotes, sacerdotes cien por cien”.(Monseñor Javier Echevarría, Carta 1 de mayo de 2012)
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