11 mayo 2012

Breve introducción a los Padres de la Igesia (III)

Breve introducción a los Padres de la Igesia (III)

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Los Padres Apologistas por Marcelo MerinoSAN JUSTINO MÁRTIREste escritor pertenece al grupo denominado apologistas cristianos, quienes en la segunda mitad del siglo II «se proponían defender la nueva religión de las graves acusaciones de los paganos y de los judíos, y difundir la doctrina cristiana de una manera adecuada a la cultura de su tiempo. Así, los apologistas buscan dos finalidades: una, estrictamente apologética, o sea, defender el cristianismo naciente (apologhía, en griego, significa precisamente "defensa"); y otra, "misionera", o sea, proponer, exponer los contenidos de la fe con un lenguaje y con categorías de pensamiento comprensibles para los contemporáneos».La acusación de mayor relieve que se esgrimía contra los cristianos era la de ateísmo, que incluía dos crimenes: el desprecio contra los dioses, que era considerado como un crimen de lesa majestad, y el rechazo del culto imperial, que suponía una deslealtad contra quien se encontraba en la cima del poder político y se entendía como un crimen maiestatis.Además de la hostilidad de los emperadores romanos, los cristianos tenían que enfrentarse a la oposición de la sociedad pagana, que proyectaba en la opinión pública de los tres primeros siglos una serie de acusaciones y calumnias, acusándoles de delitos y torpezas infames, como la antropofagia y las relaciones incestuosas. En esta tarea de intoxicación no faltaron intelectuales tan influyentes como el rétor Frontón de Cirta, y el filósofo platónico Celso, quien compuso, alrededor del 178 el Discurso verdadero (Alêthês lógos), donde se ridiculiza a los cristianos hasta el extremo de considerarlos unos perfectos ignorantes, pues adoran a un asno crucificado.Los apologistas cristianos trataron de aclarar estos equívocos y falsedades propaladas en el seno de la sociedad greco-romana de estos primeros tiempos del cristianismo. Su línea argumental era la de presentar al cristianismo como una religión no sólo compatible con el bien político del Imperio, sino que promueve y favorece la realización de ese bien político, puesto que las exigencias morales cristianas facilitan la consecución de dicho objetivo. Sin duda, la finalidad de todos los apologistas cristianos de esta época era hacer comprensible el carácter racional y superior de la doctrina cristiana.Como ejemplo, basten las siguientes palabras de uno de estos escritores: «Entre nosotros fácilmente podréis encontrar gentes sencillas, artesanos y viejecitas, que si de palabra no son capaces de mostrar con razones la utilidad de su religión, muestran con las obras que han hecho una buena elección. Porque no se dedican a aprender discursos de memoria, sino que manifiestan buenas acciones: no hieren al que los hiere, no llevan a los tribunales al que les despoja, dan a todo el que pide y aman al prójimo como a sí mismos. Ahora bien, si no creyéramos que Dios está por encima del género humano, ¿podríamos llevar una vida tan pura? No se puede decir; pero estando persuadidos de que de toda esta vida presente hemos de dar cuenta al Dios que nos ha creado a nosotros y al mundo, escogemos la vida moderada, caritativa y despreciada, pues creemos que no podemos sufrir aquí ningún mal tan grande, aun cuando nos quiten la vida, comparable con la recompensa que recibiremos del gran Juez por una vida humilde, caritativa y buena».2. La personalidad de san Justino«San Justino nació, alrededor del año 100, en la antigua Siquem, en Samaría, en Tierra Santa; durante mucho tiempo buscó la verdad, peregrinando por las diferentes escuelas de la tradición filosófica griega. Por último, como él mismo cuenta en los primeros capítulos de su Diálogo con Trifón, un misterioso personaje, un anciano con el que se encontró en la playa del mar, primero lo confundió, demostrándole la incapacidad del hombre para satisfacer únicamente con sus fuerzas la aspiración a lo divino. Después, le explicó que tenía que acudir a los antiguos profetas para encontrar el camino de Dios y la verdadera filosofía. Al despedirse, el anciano lo exhortó a la oración, para que se le abrieran las puertas de la luz»3.Desde ese momento, y siendo siempre laico, puso sus conocimientos filosóficos al servicio de la fe. Inmediatamente después de su conversión, «con el tribon o manto de filósofo» al hombro, «se ejercitaba –en Éfeso– en las doctrinas de los griegos», «predicaba la palabra divina y combatía por la fe... » (Eusebio, Historia eclesiástica, 4,8,3; 4,11,8), haciéndolo al modo socrático, dialogando. En tiempo de Marco Aurelio (138-161) aparece en Roma, donde a imitación de otros filósofos estoicos, epicúreos, platónicos, etc., abrió la primera escuela de filosofía cristiana. «Allí comunicaba las palabras de la verdad a cuantos querían acercársele» (Acta S. Justini, 3: PG 6, 1568), «no por amor del dinero (como su contrincante Crescente) ni de gloria o placer» (Diál. 82,4), sino porque «quien puede decir la verdad y la calla, será juzgado por Dios» (Diál 82,3).Estas últimas palabras son el motivo fundamental que le impulsan como laico a defender y enseñar la doctrina cristiana. Su conversión debió tener lugar hacia el 130, puesto que entre los años 132-135 le encontramos en Éfeso, donde parece que tuvo lugar su conversación en el judío Trifón y que constituirá más tarde la materia de su obra principal: el Diálogo con Trifón, escrita hacia el año 160.3. Obras de san JustinoDe los escritos auténticos de nuestro autor han llegado hasta nosotros las dos Apologías y el Diálogo con Trifón, y también algunos fragmentos sobre la Resurrección.Desde el punto de vista estrictamente literario, la obra de san Justino no es perfecta. El gran defecto de su composición es la falta de orden lógico y de método en el desarrollo de las ideas. Ciertamente existe un objetivo en cada uno de sus escritos; pero en vez de abordarlo directamente, se pierde en digresiones, intercala ideas secundarias, interrumpe los razonamientos para reemprenderlos más tarde, etc. Aunque su estilo no sea elegante y alguna vez imperfecto, sin embargo destaca por su sencillez y claridad. Muchos de los pasajes de sus escritos nos revelan el celo apostólico y el ardor sin discusión de su autor. Otros gozan de una importancia sin precedentes, como son las narraciones de la administración del Bautismo cristiano o la precisión con que describe la celebración de la Eucaristía.a. En la Primera Apología, escrita entre los años 147-161, tras la dedicatoria, aparece el enunciado de su naturaleza apologética: «en defensa de los hombres... injustamente odiados y perseguidos...» (Apol 1,1). Justino «uno de ellos» (ib. 1,1) y «filósofo» (1,3), refuta las acusaciones lanzadas contra los cristianos, refutación que prolonga en su apéndice o Segunda Apología.Esta primera apología responde a cuatro clases de acusaciones que se hacían contra los cristianos:1) políticas: nuestro reino no es de este mundo (11), somos los mejores aliados para la paz (12) y los súbditos más fieles (17), exigimos el cumplimiento de las normas procesales ordenadas por el emperador Adriano (68);2) dogmáticas: los cristianos no son ateos (6) ni idólatras politeístas (9), sino monoteístas (13), admiten la divinidad de Cristo (13 ss.), Hijo de Dios (22), Mesías anunciado por los profetas (30-53);3) morales-cúlticas: caridad, castidad de los cristianos (14-16; 27 y 29), comportamiento heroico ante la muerte (57) por la fe en la inmortalidad y resurrección (18-19), elevación de los ritos bautismales y eucarísticos (61-67);4) filosóficas: las diversas escuelas filosóficas tienen porciones de verdad, tomadas de la verdad revelada (20-21 y 44).b. En la Segunda Apología san Justino protesta contra la injusticia de Urbico (1-2) y denuncia las calumnias del filósofo cínico Crescente, a quien sitúa muy alejado de la moralidad (3).Responde a una objeción irónica de los paganos. San Justino reprueba el suicidio (4), a la vez que explica por qué Dios no libra a los cristianos de las persecuciones (5-7).En perspectiva positiva, el Apologista muestra que la doctrina de los cristianos es más perfecta que la de los filósofos estoicos y que la conducta de los cristianos es irreprochable (8-13). Su doctrina es original y novedosa. Estas son sus palabras:«Lo nuestro se muestra más excelso que toda enseñanza humana porque la entera racionalidad es el Cristo manifestado en favor nuestro al llegar a ser cuerpo, razón y alma. Porque siempre cuanto de bueno profesaron o hallaron los que filosofaban o legislaban, fue logrado por ellos mediante la investigación y la contemplación, conforme a su participación del Logos. Pero al no haber conocido la totalidad del Logos, que es Cristo, muchas veces dijeron cosas contradictorias entre sí. Y los que antes de Cristo intentaron, conforme a las fuerzas humanas, investigar y demostrar las cosas por la razón, fueron llevados a los tribunales como impíos y amigos de novedades. Y el que más empeño puso en ellos, Sócrates, fue acusado de los mismos crímenes que nosotros, pues decían que introducía nuevos 'démones' y que no reconocía a los que la ciudad tenía por dioses» (II Apol 10, 1- 5).c. El Diálogo con Trifón es la obra más importante de san Justino y comprende 142capítulos. El diálogo parece durar dos días, lo que divide artificialmente el tratado en dos partes: los capítulos 1-73 corresponden al primer día, y los capítulos 74-142 al segundo.1) La primera parte, después del prólogo en el que narra su propia conversión al cristianismo (1-8) establece dos ideas: la caducidad de la Antigua Alianza y sus preceptos. La ley de Jesucristo la reemplazará, porque se extiende a todos los pueblos, domina todos los siglos y se impone a todos los hombres (10-42). La otra idea es la preexistencia de Cristo, la identificación del Logos con el Dios que se apareció a los profetas y que más tarde se encarnó en el seno virginal de María (43-73). Ahora bien, el desarrollo de estos dos pensamientos se encuentra interrumpido por numerosas digresiones sobre la maldad de los judíos (16-17), las dos venidas de Cristo (30-39), digresión interrumpida a su vez por otra sobre la malos cristianos o herejes (35-36), el precursor (49-52), los ritos de la ley mosaica (67), las imitaciones diabólicas (69-70) y la mutilación de las Escrituras (71-73).2) La segunda parte comienza con el mismo argumento que acaba la anterior; es decir, los profetas certifican y proclaman que «Jesucristo es el Hijo de Dios» (74-108). En cambio, el final de esta parte (109-142) está dedicada a la doctrina sobre la vocación de los gentiles. Es importante descubrir la actitud de san Justino, y de los autores ortodoxos en general, respecto a los judíos. A diferencia de los herejes, Marción es paradigmático en este punto, san Justino considera el Antiguo Testamento como una preparación del Nuevo y muestra cómo los profetas son los introductores, divinamente inspirados, de la doctrina cristiana. Así lo enseña Benedicto XVI en la Audiencia mencionada: «El Antiguo Testamento tiende hacia Cristo del mismo modo que una figura se orienta hacia la realidad que significa, también la filosofía griega tiende a Cristo y al Evangelio, como la parte tiende a unirse con el todo. Y dice que estas dos realidades, el Antiguo Testamento y la filosofía griega, son los dos caminos que llevan a Cristo, al Logos. Por este motivo la filosofía griega no puede oponerse a la verdad evangélica, y los cristianos pueden recurrir a ella con confianza, como si se tratara de un bien propio. Por eso, mi venerado predecesor el Papa Juan Pablo II definió a san Justino «un pionero del encuentro positivo con el pensamiento filosófico, aunque bajo el signo de un cauto discernimiento»: pues san Justino, «conservando después de la conversión una gran estima por la filosofía griega, afirmaba con fuerza y claridad que en el cristianismo había encontrado "la única filosofía segura y provechosa"4».4. El pensamiento de san JustinoAl examinar el conjunto de los escritos de Justino llama la atención su recurso al A. Testamento, en cuanto manifiesta una serie de anuncios proféticos, que tendrán su realización plena en Cristo. Se sirve para ello de una exégesis alegórica, que enlaza con la tradición platónica y con la rabínica. Las llamadas «Memorias de los Apóstoles» le darán la evidencia histórica de la verdad contenida en las profecías. Conviene anotar también, que además de las Escrituras canónicas, emplea igualmente la tradición apócrifa. Así lo podemos comprobar cuando describe el nacimiento del Señor en una cueva (Diál., 78, 3), que coincide con el Protoevangelio de Santiago. En ocasiones, Justino menciona también sus fuentes apócrifas, como hace en I Apol 48, 3 con las Actas de Pilato.El pensamiento filosófico de Justino va a encontrar en los textos bíblicos una rica cantera de formulaciones teológicas. El tema central de su doctrina es la identificación del logos con Jesús. Su premisa básica es considerar la razón humana (logos) como una participación del Logos divino. Como mediador en la creación, ha sembrado en todos los hombres la semilla de la verdad (Logos spermatikós). De ahí que considere a los filósofos precristianos, que vivieron de acuerdo con el Logos, como auténticos cristianos. Entre ellos citará a Sócrates, Platón y a Heráclito, entre los más destacados. Se puede decir que Justino compendia en Cristo, e incluso la supera, toda la historia del pensamiento humano.La distancia entre los hombres y Dios, situado «en su propia región» (arriba o fuera del mundo), se salva gracias al Logos, Dios-Hombre, «que es llamado Dios y es Dios y lo seguirá siendo» (Diál. 58,9), «y se hizo hombre» (Apol. 1,66,2; 11,13,4). En todo el mundo antiguo oriental, en contraste de ordinario con la mentalidad helénica, el logos- palabra y, sobre todo, el de la Divinidad, no es sólo ni en primer lugar expresión del pensamiento sino una fuerza poderosamente dinámica. Para Justino, que, a nuestro juicio, aúna el concepto oriental-israelita y el griego, es «Logos y Potencia» (dynamis), con traducción en endiadis, «Logos dinámico, operativo» (Diál. 105,1), «potencia racional» (logike) (Diál. 61,1), la «Fuerza del Padre» (Apol. 11,10,8), cosmológica más que soteriológica, creadora del cosmos y del hombre (Apol 1,64,4-5; 11,6,3; Diál. 62; 129,3, etc.), y Palabra reveladora de verdades a judíos y gentiles (Apol 11,10,2-8; 13,3- 6; Diál. 128,2-4; 56).San Justino, y con él los demás apologistas, firmaron la clara toma de posición de la fe cristiana por el Dios de los filósofos contra los falsos dioses de la religión pagana. Era la opción por la verdad del ser contra el mito de la costumbre. Algunas décadas después de san Justino, Tertuliano definió esa misma opción de los cristianos con una sentencia lapidaria que sigue siendo siempre válida: «Dominus noster Christus veritatem se, non consuetudinem, cognominavit», «Cristo afirmó que era la verdad, no la costumbre».En una época como la nuestra, caracterizada por el relativismo en el debate sobre los valores y sobre la religión -así como en el diálogo interreligioso-, esta es una lección que no hay que olvidar. Con esta finalidad –concluía Benedicto XVI- os vuelvo a citar las últimas palabras del misterioso anciano, con quien se encontró el filósofo Justino a la orilla del mar: «Tú reza ante todo para que se te abran las puertas de la luz, pues nadie puede ver ni comprender, si Dios y su Cristo no le conceden comprender».

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