El cansancio de la vida, las penas de nuestro existir, la insatisfacción por no encontrar lo que necesitamos hacen exclamar al alma: ¡Yo quiero al Ser…!, y esto, no para apartarnos de los hombres, sino para encontrar a Dios.
La vida sin poseer a Dios es una angustiosa tortura, sofocada a duras penas por todo lo que no es Él, llevando adelante una existencia anestesiada. [...]
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